Retratos de mujeres congolesas

Fotos y entrevistas de Giles Duley Lóvua, Angola
Conoce a las mujeres

Retratos de mujeres congolesas

Fotos y entrevistas de Giles Duley Lóvua, Angola
Conoce a las mujeres
Gili Ntumba es una de los miles de personas refugiadas que ha huido a Angola y que ha sido reubicada al asentamiento del ACNUR en Lóvua.

Desde que iniciaron los recientes combates en la región de Kasai, en República Democrática del Congo en marzo de 2017, la violencia contra las mujeres ha sido particularmente brutal. Las violaciones y la violencia sexual continúan usándose como armas de guerra en un conflicto que ha disparado el desplazamiento interno a cerca de 1,4 millones de personas, y ha provocado la huida de más de 35.000 personas refugiadas a la Provincia de Luanda Norte, en el norte de Angola. ACNUR envió al fotógrafo Giles Duley a reunirse con sobrevivientes, para ser testigo del sufrimiento que han pasado y rendir tributo a su fortaleza.

Muchas de las personas refugiadas congolesas que han llegado a Angola han sido reubicadas en el asentamiento del ACNUR en Lóvua.

Más de 13.000 refugiados congoleses viven ahora en el asentamiento de Lóvua, donde ACNUR y sus socios brindan albergue, comida y agua, mantas, colchones, mosquiteros, sets de cocina, lámparas solares y otros artículos de socorro, así como servicios esenciales como educación, clínicas de salud (incluyendo salud mental) e instalaciones de saneamiento. Sin embargo, la vida en la recién abierta jungla es dura, y el futuro de las personas refugiadas continúa siendo incierto.

Muchas de las personas refugiadas congolesas que han llegado a Angola han sido reubicadas en el asentamiento del ACNUR en Lóvua.

Más de 13.000 refugiados congoleses viven ahora en el asentamiento de Lóvua, donde ACNUR y sus socios brindan albergue, comida y agua, mantas, colchones, mosquiteros, sets de cocina, lámparas solares y otros artículos de socorro, así como servicios esenciales como educación, clínicas de salud (incluyendo salud mental) e instalaciones de saneamiento. Sin embargo, la vida en la recién abierta jungla es dura, y el futuro de las personas refugiadas continúa siendo incierto.

A medida que las familias congolesas llegaban a Angola, traían consigo terribles historias de lo que habían presenciado y experimentado de vuelta en Kasai. Hablaron sobre la violencia generalizada, los asesinatos masivos, la quema de propiedades, la destrucción de aldeas, escuelas e iglesias; así como de los abusos a los derechos humanos, la escasez de alimentos y la falta de servicios y bienes esenciales. Muchas personas contaron que los combatientes atacaban deliberadamente a las mujeres, en uno de los peores casos de violencia de género que haya visto la región. Los trabajadores de salud encargados de recibirles, se mostraron asombrados por las historias y las condiciones de salud de muchas de las mujeres y niñas que llegaron.

A medida que las familias congolesas llegaban a Angola, traían consigo terribles historias de lo que habían presenciado y experimentado de vuelta en Kasai. Hablaron sobre la violencia generalizada, los asesinatos masivos, la quema de propiedades, la destrucción de aldeas, escuelas e iglesias; así como de los abusos a los derechos humanos, la escasez de alimentos y la falta de servicios y bienes esenciales. Muchas personas contaron que los combatientes atacaban deliberadamente a las mujeres, en uno de los peores casos de violencia de género que haya visto la región. Los trabajadores de salud encargados de recibirles, se mostraron asombrados por las historias y las condiciones de salud de muchas de las mujeres y niñas que llegaron.

Actualmente en el asentamiento de refugiados de Lóvua, el 75 por ciento de los residentes congoleses son mujeres y niños, y casi uno de cada cuatro hogares es encabezado por una mujer. Debido a la gran cantidad de hombres desaparecidos, asesinados o incapaces de trabajar, son las mujeres quienes intentan reconstruir sus tambaleantes vidas, al tiempo que mantienen a sus familias.

El desplazamiento congolés en números

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Fuente: UNOCHA
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Fuente: ACNUR
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Fuente: ACNUR

Germaine Alonde, 25 años

“Teníamos un buen terreno en casa, una buena vida. Pero llegaron las milicias y el ejército. Ellos lo tomaron todo”.

“Ellos mataron a mi hermano mayor. Fue terrible. Vimos mucha sangre, mi corazón se detenía constantemente. No podía dormir. Un día llegaron cerca de nuestro hogar para comenzar con los asesinatos y nosotros huimos. Estábamos aterrorizados, todo el mundo corría. Sabíamos lo que ellos harían. Mi hija mayor, Thérèse (de siete años) tomó a mi bebé Hélène (que tenía dos años) mientras yo volvía corriendo para tomar lo que podía e iba por lo demás niños. En la frontera las personas presionaban y empujaban. No podía ver a Thérèse. Todos nos separamos. En el caos, a Thérèse se le cayó la bebé. Durante dos semanas, pensamos que Hélène estaba perdida. Hasta que un día mi vecina vino y me dijo que había visto a mi bebé. ¡No podía creerle! Pero ella la había visto. Ella había pasado caminando por un centro para niños no acompañados y vio a Hélène. Fuimos de inmediato y pudimos reunirnos con ella. Estábamos tan alegres”.

Thérèse Mandaka, 19 años

“Aquí sufrimos mucho. Para nosotras mujeres, porque éramos un objetivo particular. El mayor sufrimiento se guardó para nosotras”.

“Cuando los soldados vinieron, yo no estaba con mi esposo. Él había ido a buscar empleo. Yo estaba en casa enferma. Estaba embarazada. Pero mi fuerza provino de mi hogar. Incluso estando enferma, yo sabía que tenía que huir. Pensé que ellos matarían al bebé dentro de mí. Allí encontré la fuerza, dentro de mí. Ahora aquí en el campamento soy madre, así que debo ser fuerte”. Thérèse hace una pausa mientras se tranquiliza. Ella no ha visto a su esposo desde que huyó a Angola. Él no ha visto a su hijo, Munduko, que ahora tiene cuatro meses. “Solo quiero que estemos juntos de nuevo”.

Lina Mananga, 18 años

“Apenas llegaron comenzaron a disparar y a cortar la cabeza de las personas. Sentí repulsión”.

“Todos los días nos levantamos por la mañana, recogemos agua, limpiamos la ropa, buscamos algo para comer, cocinamos. Este es nuestro día. Es duro, trabajo físico. Cuando huimos de Kamako, recuerdo el día. Los niños estaban vestidos de rojo cuando las tropas comenzaron a llegar. Apenas llegaron comenzaron a disparar y a cortar la cabeza de las personas. Sentí repulsión. Como mujer, me sentía en gran peligro. Estaba embarazada y sabía que incluso si daba a luz ese día, matarían al niño. He visto esto. Tengo un hijo. Debido a esta violencia, tuve un aborto involuntario con el otro. Soy joven, así que tengo que ser fuerte. Pero algunas personas no lo son”.

“No es fácil. Yo sufro aquí. Tengo muchos dolores en la espalda, la vejiga, dolores que las mujeres no deberían tener. En el Congo, vivía con mi esposo. Quiero esa vida otra vez”.
–Muzi Kingambo, 26 años

Chantal Kutumbuka, 45 años

“Yo solía trabajar como granjera. Estoy acostumbrada al trabajo manual. Así que para mí es difícil estar aquí. Yo solo quiero trabajar”.

“Teníamos tierra, podíamos vender cosas. Podía cuidar a mis hijos. Cuando comenzó la violencia, vivía con miedo. La milicia iba a una casa y veíamos que se llevaban a la mujer. Yo sabía lo que estaban haciendo. Tenía miedo, no podía soportar eso. Un día mataron a mi esposo, que era policía, y entonces huimos. Abandonamos todo. Es difícil. Perdí peso, los niños lloran. Algunas veces no sé qué hacer. Pero debo seguir adelante”.

Mimi Misenga, 45 años

“A veces me siento triste por todo lo que hemos perdido. Otras veces lo dejamos ir. Tenemos nuestras vidas”.

“Algunas veces me siento triste por todo lo que hemos perdido. Otras veces lo dejamos ir. Tenemos nuestras vidas. Ellos mataron a mi tío, a sus hijos. Ni siquiera pudimos enterrarlos. Fue demasiado. Mi vecino, lo hicieron violar a su hija. Luego las tropas violaron a las hijas frente a la familia. Tenía tanto miedo por mis hijos. Escapamos descalzos al monte y luego encontramos una forma de escapar. No tengo nada. Luego miré a mis hijos. Ellos me dieron fuerza. Nunca estoy cansada. Soy tan fuerte. Mi cuerpo siempre se está moviendo, listo para trabajar, ¡incluso cuando duermo! Honestamente, no sé de dónde viene esa fortaleza. Nunca estoy cansada. Les digo a mis hijas: “Mantengan la calma, busquen un buen marido y sigan mi ejemplo. Sigan mi fuerza”.

Bernardete Tchanda, 42 años

“Las mujeres son las que más sufren, por lo que tienen más fuerza”.

“Hui de la guerra de Kabila (Joseph Kabila, presidente de RD Congo). Vimos venir a las tropas. Ellos mataron a muchas personas. Apuntaron con un arma a mi esposo, pero logramos escapar con nuestros dos hijos. Como mujer, estaba particularmente asustada. Los sonidos de las armas, el sonido de la muerte. Tenía miedo. Las tropas violarían a las mujeres. Matarían mujeres. Esto les pasó a mis amigos. Me siento protegida aquí, en el campamento. En el pasado, mi esposo me pegaba, pero no aquí. Ellos tienen leyes y él está asustado. Tengo mucha alegría… Consigo mucha fuerza cuando bailo. Las mujeres obtienen fuerza del baile. Las mujeres son las que más sufren, por lo que tienen más fuerza”.

“La vida en el campamento no es fácil. Es la mujer quien trabaja, quien cocina, quien cuida a los niños. A veces, cuando voy al bosque a juntar hojas para cocinar, sueño con mi vida pasada”.
–Coco Mawa, 35 años

Rose Lusanda, 46 años

“Una mujer es una ayudante. Nosotras llevamos la fortaleza. Las mujeres mantienen unida a la comunidad”.

“En los mercados nos cobraban más porque éramos Luba. Ellos decían, ‘maten a todos los Lubas.’ Luego, cuando llegaron los soldados, escapamos. Estaban matando a todos. Amenazando a la gente, violando a nuestras hijas. Estaban obligando a los padres a dormir con sus hijas, y si los hombres se negaban, les disparaban. Siendo una mujer, las amenazas nos despojaron de nuestra fuerza. Kabila nos hizo sufrir. Pero no podemos ser débiles, escapamos de la guerra. Ningún otro ser humano te dará esa fuerza. Tenía esa fuerza dentro de mí. Tuve el valor de hacer lo que sea necesario. A veces le digo a mi hija, ahora que estamos aquí (en el campamento), le digo que sienta coraje. Para encontrar la calma, mantén la calma, mantén la calma”.

Sylvie Kapenga, 26 años

“Para ser honesta, no soy tan fuerte. Lo perdí todo”

“Ser mujer y hombre es lo mismo. Nos estaban matando de todos modos. Donde estábamos, estábamos atrapados entre dos lados. Todos querían que muriéramos. Tengo cuatro hijos: dos niñas y dos niños. Aquí es difícil: poca comida, nada de ropa, solo lo que tenemos. Como mujer, soy la que funciona. Para ser honesta, no soy tan fuerte. Lo perdí todo. No estoy segura de cómo continuar”.

Ani Tcheba, 19 años

“Es más difícil ser refugiada mujer, ya que tenemos la responsabilidad de la comida y los niños”.

“Salimos de nuestra aldea en el Congo un lunes por la mañana a las 6 a.m. Recuerdo que no tenía fuerzas. Estaba muy embarazada. Había sido un embarazo difícil y estaba tan preocupada de perder al bebé. Mi esposo me jalo. Es más difícil ser refugiada mujer, ya que tenemos la responsabilidad de la comida y los niños. Pero aquí las mujeres me han dado inspiración. Compartimos comida. Cuando me falta algo, me lo dan a mí y viceversa. Nos ayudamos unos a otros con las dificultades. Somos más fuertes juntos”.

“Cuando escuchamos disparos en el pueblo, sabíamos que era hora de irnos. Como mujer, me sentía especialmente amenazada. En la noche tomarían a los hombres y violarían a las mujeres. En verdad, no entiendo por qué la gente haría esto. Esta más allá de mí”.
–Carine Rolenga, 20 años

Estas fotografías y entrevistas de Giles Duley se publicaron por primera vez en la revista Humanity. Las entrevistas se han condensado por su duración y legibilidad.

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