REFORZANDO

LA EDUCACIÓN DE LOS REFUGIADOS EN CRISIS

Aunque concluyó la escuela primaria con la mejor calificación de su grupo, Hina no obtuvo un lugar en la escuela secundaria por la sencilla razón de que, de entre los 500 lugares disponibles, solamente uno podía ser asignado a un refugiado. No se rindió, se inscribió en una escuela privada y ganó una beca. Pero a la hora de pasar a la universidad se topó con el mismo problema: de las 200 plazas ofertadas, solamente una estaba reservada para refugiados. Nuevamente lo superó gracias a sus calificaciones excelentes. Actualmente, su beca DAFI le está ayudando a finalizar sus estudios. © ACNUR/GORDON WELTERS

Este informe cuenta las historias de algunos de los 7,1 millones de menores refugiados en edad escolar bajo el mandato de ACNUR. Además, aborda las aspiraciones de la juventud refugiada motivada para continuar sus estudios más allá de la enseñanza secundaria, y subraya la necesidad de una colaboración estrecha para derribar las barreras educativas de millones de menores refugiados.

Los datos en materia de educación respecto a los refugiados inscritos y las cifras de población se obtuvieron a partir de la base de datos de población de ACNUR, de herramientas de reporteo y de encuestas sobre educación, y corresponden a 2018. Los datos desglosados por edad no están disponibles para el total de la población refugiada. Cuando no los hubo, fueron calculados a partir de los datos desglosados por edad que sí lo estaban. El informe también abarca los datos de inscripciones globales del Instituto de Estadística de la UNESCO relativos a 2017.

PRESENTACIÓN

Invirtiendo en humanidad:
por qué los refugiados necesitan una educación

Por Filippo Grandi, alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados

Filippo Grandi, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, conoce a jóvenes estudiantes refugiados rohingya en el campamento de Kutupalong, Bangladesh. © ACNUR/WILL SWANSON

¿Cómo puedes invertir en un refugiado, y qué obtienes a cambio de tu inversión?

En el mundo actual de los negocios y las finanzas, hacer una inversión –ya sea en acciones y títulos de propiedad, en oro, en boletos de lotería o en la última start-up– es fácil y rápido. El logro es obtener más de lo que uno puso.

Pero cuando se trata de personas de verdad, los beneficios no están tan claros. ¿Cómo medirías tus ganancias, tu efectivo en tu inversión? ¿Qué significaría obtener un buen rendimiento?

Probablemente estarías doblemente receloso al invertir en ellas si supieras que esas personas fueron arrancadas de sus casas, despojadas de sus viviendas y posesiones, y posiblemente también fueron separadas de sus familias, perdieron a sus seres queridos y se vieron obligadas a empezar sus vidas desde cero.

Pero en un mundo convulso y en conflicto, nosotros, como comunidad internacional, estamos dejando pasar una de las mejores inversiones que existen: la educación de los refugiados jóvenes. Esto no es un gasto, sino una oportunidad de oro.

3,7 millones de menores refugiados no están yendo a la escuela

Para la mayoría de nosotros, la educación es la forma en que alimentamos nuestras mentes curiosas y descubrimos las pasiones de la vida. También es la forma en que aprendemos a cuidar de nosotros mismos: a desenvolvernos en el mundo del trabajo, a organizar nuestros hogares, a afrontar las tareas y los retos cotidianos.

Para los refugiados, la educación es eso y mucho más. Es el camino más seguro para recuperar la conciencia de un propósito y también su dignidad después del trauma del desplazamiento. Es, o debería ser, el camino hacia el mercado laboral y hacia la autosuficiencia económica, esto es, el fin de meses, o a veces años, de depender de otros.

Si lo comparamos con los billones de dólares gastados en conflictos, con el costo que tiene para las sociedades y las economías que civiles sean desplazados en masa y por la fuerza, esta es una inversión obvia.

Los logros en inscripciones escolares que sacó a la luz el informe de este año de ACNUR sobre refugiados y educación, si bien son pequeños en términos porcentuales, representan para decenas de miles de menores, adolescentes y jóvenes refugiados la oportunidad de cambiar sus vidas. Las inscripciones de refugiados en escuelas primarias subieron de 61 a 63%, mientras en secundaria subieron de 23 a 24%. Particularmente celebro el aumento en el número de refugiados que acceden a la educación superior, una subida hasta del 3% después de años de estancamiento en el 1%.

La educación de nivel superior convierte a los estudiantes en líderes. Aprovecha la creatividad, la energía y el idealismo de la juventud refugiada y de los adultos jóvenes para forjar con ellos modelos a seguir, para desarrollar en ellos habilidades para la toma de decisiones, amplificar sus voces y permitir un veloz cambio generacional.

Los logros en educación primaria y superior no pueden ocultar el gran déficit de plazas ni la falta de oportunidades, especialmente en el nivel secundario. La proporción de refugiados inscritos en educación secundaria es menos de un tercio en relación a la de los no refugiados: 24% frente a una tasa global de 84%.

Filippo Grandi, Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, junto a alumnos de la escuela Al Shuhada de Souran, Siria, donde ACNUR está ayudando a antiguos refugiados y a personas desplazadas que han regresado a casa. © ACNUR/ANDREW MCCONNELL

El efecto es devastador. Sin el paso intermedio que supone la enseñanza secundaria, el progreso hecho durante el año previo será efímero y el futuro de millones de menores refugiados quedará truncado.

Jóvenes refugiados como Gift, un niño sursudanés que hoy vive en la República Democrática del Congo, que estaba tan decidido a ir a la escuela que aprendió francés y construyó su propia lámpara de energía solar para estudiar de noche. Es probable que sus esperanzas de avanzar al nivel secundario se desvanezcan dado que, sencillamente, en su zona no hay escuela a la que pueda ir.

Jóvenes refugiados como Hina, que destacó en la escuela primaria en Pakistán pero comprobó que, de los 500 lugares de la escuela secundaria a la que quería asistir en Peshawar, solo uno de ellos era para refugiados.

Yo mismo observé el fenómeno en Bangladesh: los niños refugiados aún no pueden ingresar a escuelas oficiales y cursar un plan de estudios que se les reconozca. Es una situación profundamente desalentadora.

Jóvenes estudiantes leen en una sala exclusiva para niñas en la escuela Paysannat L, en el campo de refugiados de Mahama, Ruanda. La escuela acoge en torno a 20.000 menores. El 80% son refugiados burundeses y el resto proviene de la comunidad de acogida. © ACNUR/GEORGINA GOODWIN

Esta falla al mejorar la provisión de educación secundaria para los refugiados no solo impide el ascenso a la educación y a la capacitación superior, técnica y vocacional. Además de sus otros innumerables beneficios, la educación es esencialmente protectora. Los niños escolarizados tienen menos probabilidades de verse inmersos en trabajo infantil o en actividades delictivas, o de estar bajo la influencia de pandillas y milicias. Es menos probable que las niñas sean presionadas para contraer matrimonio y embarazo precoces, y pueden estudiar y socializar en espacios seguros.

Las escuelas deben ser puertos seguros. Por ello todos debemos condenar los actos de violencia contra escuelas, alumnos y maestros que siguen sucediendo en países afectados por conflictos. Según la Coalición mundial para proteger de los ataques a los sistemas educativos, hubo 14.000 incidentes de este tipo en 34 países entre 2014 y 2018, e incluyeron bombardeos, ocupación parcial o total por parte de grupos armados, secuestro, violación y reclutamiento forzado. Esta violencia imperdonable contra inocentes debe parar.

Además, sin garantizar el acceso a una educación secundaria inclusiva, la comunidad internacional no podrá cumplir varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible; no solo el Objetivo número 4, que es «garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”, sino también compromisos para erradicar la pobreza, promover el trabajo digno y reducir la desigualdad.

Safia Ibrahimkel, de 24 años, es una refugiada afgana que vive en Pashawar, Pakistán. Como miembro del Consejo Mundial Consultivo de la Juventud de ACNUR, acudió a un taller en Berlín sobre cómo formar una red de estudiantes de educación terciaria. © ACNUR/GORDON WELTERS

Es por ello que ACNUR da tanta importancia a la inclusión de los menores refugiados en los sistemas nacionales educativos, enfocados en calificaciones reconocidas y certificaciones. Esto genera las condiciones en las cuales los menores y jóvenes refugiados pueden aprender, progresar y desarrollar su potencial en una coexistencia pacífica entre ellos y entre los menores locales. En un mundo donde el conflicto parece darse más fácilmente que la paz, estas lecciones son invaluables.

Invertir en la educación de un refugiado es una tarea colectiva con recompensas colectivas y requiere la participación de todos los niveles de la sociedad para obtener los mayores beneficios. Los gobiernos, las empresas, las instituciones educativas y las organizaciones no gubernamentales deben unirse para mejorar la provisión de educación en todos los niveles, en particular en secundaria, y para permitir a los refugiados el mismo acceso que a los ciudadanos del país de acogida. Nuestra ambición para la próxima década, establecida en la estrategia de Educación para Refugiados 2030 de ACNUR, es lograr que los refugiados alcancen la paridad con los no refugiados en educación preescolar, primaria y secundaria, e impulsar las inscripciones en educación superior hasta el 15%.

Por lo tanto, me enorgullece anunciar una nueva iniciativa para mejorar las oportunidades de educación secundaria para los refugiados. Después de proyectos piloto en Kenia, Ruanda, Uganda y Pakistán desde 2017, la iniciativa crecerá ambiciosamente en los próximos años y se enfocará en la inversión en maestros y escuelas, en esquemas comunitarios para incentivar la inscripción y en el apoyo financiero a las familias de refugiados. Este programa no solo se dirige a refugiados, sino a la comunidad en general, de forma que todos los niños se beneficiarán de nuevas oportunidades. Al impulsar la inscripción en el nivel secundario, nuestro objetivo es lograr que más refugiados y miembros de la comunidad de acogida avancen a estudios superiores. Y esperamos mostrarles que un ciclo educativo completo es posible, y motivar a más de ellos a ir a la escuela y a quedarse en ella.

Espero que en el próximo Foro Mundial sobre los Refugiados los gobiernos, el sector privado, las organizaciones educativas y los donantes se unan para respaldar esta iniciativa con el espíritu de las responsabilidades compartidas y de colaboración que subyace en el Pacto Mundial sobre los Refugiados.

Son objetivos ambiciosos, pero conllevan recompensas incalculables. La educación preparará a los niños y jóvenes refugiados para el mundo de hoy y del mañana. A su vez, hará que ese mundo sea más resiliente, sustentable y pacífico. Y ese no es un mal rendimiento para nuestra inversión.